Bad Magic llegó al mundo el 28 de agosto de 2015 como una declaración de resistencia pura, un último estallido de furia y dignidad antes del silencio definitivo. Fue el vigésimo segundo álbum de estudio de Motörhead, y, aunque nadie podía saberlo al momento de su lanzamiento, terminaría siendo el epitafio sonoro de Lemmy Kilmister, quien fallecería apenas cuatro meses después. Escuchado hoy, el disco resuena con un peso simbólico tremendo: es el adiós de una de las bandas más coherentes, feroces y honestas de la historia del rock ademas es atemporal las canciones no se sabe si se hicieron en leo 80 o 2015.
Desde el primer segundo, Bad Magic no pide permiso ni nostalgia. “Victory or Die” abre el álbum con la velocidad y el filo característicos del trío, y la voz de Lemmy —rasposa, más gastada que nunca— suena como si se estuviera enfrentando a su propia mortalidad, pero con una sonrisa desafiante. Phil Campbell entrega riffs cortantes y solos que evocan la crudeza del punk y la precisión del metal clásico, mientras Mikkey Dee sostiene la batería con una potencia casi militar. La fórmula de siempre está intacta, pero aquí se siente más urgente, más rabiosa.
Producido por Cameron Webb, colaborador habitual de la banda desde principios de los 2000, el sonido de Bad Magic mantiene la rudeza sin sacrificar claridad. Hay una energía en bruto que recuerda los primeros años, pero con una madurez que solo décadas de carretera pueden otorgar. Webb logra capturar a Motörhead en directo, sin artificios ni correcciones digitales: tres músicos tocando con la química de una vida entera compartida entre ruido, humo y sudor.
El disco despliega una secuencia de temas que alternan entre la velocidad incendiaria y el groove pesado. Canciones como “Thunder & Lightning”, “Shoot Out All of Your Lights” y “Tell Me Who to Kill” suenan como un repaso de todos los elementos que definieron a Motörhead: velocidad, actitud y ese humor cínico que siempre los acompañó. Pero también hay momentos de introspección, como “Till the End”, donde Lemmy, casi profético, canta sobre la aceptación del destino con una mezcla de serenidad y desafío: “In my life the time has come / To stand and face the truth.”
El álbum cierra con una elección tan sorprendente como reveladora: una versión de “Sympathy for the Devil” de The Rolling Stones. En manos de Motörhead, la canción se convierte en un ritual de fuego, una despedida burlona al estilo Lemmy: el diablo riendo desde el bar mientras el mundo se apaga a su alrededor.
Bad Magic no pretende innovar ni reinventar nada; su valor está en su autenticidad absoluta. Es el último capítulo de una historia escrita con sudor, whisky y amplificadores al máximo. Lemmy, que siempre se negó a suavizar su discurso o diluir su sonido, entrega aquí su testamento final: un álbum que no busca compasión, solo respeto.




