El regreso de los padres del heavy metal a su propio funeral de gloria
Lanzado en junio de 2013, 13 marcó el primer álbum de estudio de Black Sabbath con Ozzy Osbourne al frente desde Never Say Die! (1978), y su última grabación con Tony Iommi y Geezer Butler como núcleo creativo. Más que un simple regreso, este disco representa una recapitulación y cierre digno para la banda que dio origen al heavy metal, enfrentando tanto la nostalgia como el paso del tiempo con temple y oscuridad.
Desde el primer riff de “End of the Beginning”, es evidente que Black Sabbath no pretendía reinventar su sonido, sino reafirmar su legado. Las afinaciones graves, los tempos sombríos y los climas apocalípticos están presentes como en sus mejores años, pero con una producción moderna a cargo de Rick Rubin, quien actúa como curador sonoro del linaje Sabbath. Rubin, con su enfoque minimalista y reverencial, los empuja a sonar como si estuvieran grabando su debut otra vez, capturando una energía densa y ritualista.
Temas como “God Is Dead?” —el sencillo principal—, «Loner» o la monumental “Age of Reason” muestran a una banda aún poderosa, con Iommi lanzando riffs monolíticos que remiten a Master of Reality y Geezer construyendo líneas de bajo de una profundidad casi subterránea. La batería, a falta de Bill Ward, corre a cargo de Brad Wilk (Rage Against the Machine), quien no busca imitar, sino ofrecer solidez y groove, integrándose con respeto en esta liturgia metálica.
Líricamente, 13 se debate entre el escepticismo espiritual, la decadencia social y la mirada hacia la muerte —una muerte casi personal, si se considera el diagnóstico de cáncer que enfrentaba Iommi durante las grabaciones. Canciones como “Damaged Soul” y “Dear Father” llevan consigo un tono confesional y existencial, cerrando con un sonido de trueno y lluvia que remite directamente al primer álbum de 1970. Es un círculo que se completa, un ritual que se despide.
Como crítico, es inevitable señalar que 13 no es un disco revolucionario, pero tampoco lo pretende. Es una obra de retorno, sí, pero también de clausura: solemne, pesada, casi fúnebre en su cadencia. Lo que lo vuelve especial no es su innovación, sino su capacidad para sonar fiel a su esencia sin caer en la autoimpostura.
En definitiva, 13 no es solo un álbum: es una lápida de granito negro sobre la historia del heavy metal. Tallada con riffs eternos y voces agrietadas por el tiempo, marca el fin de una era con la misma fuerza con la que comenzó. Black Sabbath no buscó redención, solo reclamó lo que siempre fue suyo. Y se retiró con la misma sombra con la que nació.
